¡CAMPEONES!!!!!!

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lunes, 14 de septiembre de 2009

Juan Velarde Fuertes

Los demiurgos de la economía

Considero que es obvio señalar que una economía nacional cualquiera tiene demiurgos evidentes. Desde luego, y muy en primer lugar, como señaló para siempre Keynes en la «Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero», se encuentran los elaboradores del pensamiento económico. ¿Se entiende lo sucedido en la economía alemana con la Zollverein y la política arancelaria complementaria si prescindimos de Federico List y no consultamos su obra fundamental, el «Sistema Nacional de Economía Política»? ¿En el caso concreto del sistema fiscal español, si prescindimos de Enrique Fuentes Quintana, y no saludamos, sir ir más lejos, su brillante contribución, en colaboración con César Albiñana, «Sistema fiscal español y comparado» (Servicio de Publicaciones del SEU del D.U. de Madrid, 1959)?
Por supuesto, también es fundamental, para alterar la marcha de la economía, lo que aportan los científicos y, como derivado, la tecnología. Los ejemplos son tan obvios, que no merece la pena más que indicar algo tan importante, ahora que contemplamos el disparatado planteamiento de Santa María de Garoña, como fue la aportación de Einstein, quien al formular su ecuación fundamental, abrió una nueva etapa de la Revolución Industrial, pues a partir de ahí, se encuentran todas las realidades derivadas de la investigación en los equipos que crearon energía eléctrica, a partir de reactores nucleares, el 20 de diciembre de 1951, con el Reactor Regenerativo Experimental, o EBR. Todo fue diferente, pues, desde entonces en la economía.
Lógicamente es preciso igualmente echar mano de otros demiurgos importantes. Es el caso de los empresarios actuando libremente. Su papel innovador, como nos puso de relieve Schumpeter para siempre, ha intentado más de una vez sustituirse por el Estado, y salvo excepciones muy aisladas, ha sido negativo. Queda claro con aquello que Flores de Lemus calificó en el «Dictamen de la Comisión del Patrón Oro», en 1929, como la causa fundamental del «retraimiento anormal del espíritu de empresa... que... se encoge y cohibe si ha de someter sus iniciativas a instancias burocráticas o semiburocráticas». ¿Se entiende, por todo eso, la economía fabril norteamericana sin un Henry Ford, o la industria pesada alemana, sin un Krupp, o la petrolera inglesa sin Deterding? Y en el caso español, ¿es comprensible la actual estructura eléctrica si no tenemos muy en cuenta a José María Oriol? ¿O el que el Banco Santander, como señalaba en su suplemento semanal «Financial Times» del 27 de junio de 2009, ocupase el alto puesto mundial que tiene sin la personalidad de Emilio Botín?
Pero fundamentalísimo es el papel de los políticos, bien porque actúen acertadamente, gracias a las orientaciones que reciben de economistas, de técnicos e incluso si perciben lo importante de mantener ese espíritu de empresa que echaba de menos Flores de Lemus, o bien si se equivocan. Los ciudadanos han de estar muy atentos a lo que piensan. Me atrevo a señalar que, como consecuencia de aquel artículo de Friedman publicado en 1968, «El papel de la política monetaria», se inició un retroceso muy importante en aquella que parecía definitiva «marcha hacia el socialismo» que en 1950 había señalado Schumpeter, llena de puntos de apoyo keynesianos. Pronto eso se robusteció con planteamientos críticos procedentes de una renovada Escuela de Viena, con sus enlaces con la Mont P_lerin Society creada en abril de 1947 -no se debe olvidar la participación española, palpable en esa espléndida revista «Procesos de Mercado» que dirige el profesor Huerta de Soto-, o aportaciones hacendistas tan importante como las de Buchanan y la Escuela de Virginia, hasta hallarse en los fundamentos de la mayor parte de la política económica actual. Reductos como los de Castro-Chavez y restos del estructuralismo económico latinoamericano, sin olvidar los del ecologismo, y ciertos planteamientos radicales derivados de Marx son excepciones heterodoxas que confirman la regla.
De ahí que, en el caso de España, si bien aparecen libros de políticos que exponen con claridad los puntos de vista de una economía liberalconservadora -por ejemplo, como más recientes, los de José María Aznar y de Manuel Pizarro-, no se observa una emulación por el lado socialdemócrata de nuestra política. Pero si no surgen en ese ámbito concreto personas que sean capaces de exponer sus ideas en libros, como fueron, en esa corriente, un Attlee en Inglaterra, un Mendes France en Francia, o en viejos tiempos, un Ramos Oliveira en España, esa ideología corre el riesgo de precipitarse hacia simples arbitrismos populistas. Y eso sería con daño para todos.

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