La tribu
El fútbol es una guerra de tribus. Territorios y colores se enfrentan. El ritual del gol, el griterío del público, los cantos y los clamores. También los sacrificados por la propia tribu derrotada. No siempre los que mueren alanceados por los también vencidos guerreros son los culpables de la humillación. Suenan vítores triunfales de la poderosa tribu del nordeste y se oyen los lamentos de la millonaria tribu del centro. Llueven ranas. La tribu del nordeste confía en los suyos, indígenas la mayor parte nacidos en sus chozas.
En la tribu del centro también nacen indígenas, pero algo falla en su formación. Y los compran a tribus lejanas. Para colmo, en la tribu del centro, la mejor tribu del siglo XX, mandan los contratos de los guerreros ancianos y desdentados, que impiden la incorporación de guerreros mejores y más cercanos. En el Levante de España, nacido en una tribu del norte, pelea un gran guerrero que ha sido vetado por el ambicioso brujo desdentado, que ni hace brujerías ni apenas puede moverse, pero percibe cada año tanto oro a cambio de trucos, engaños e influencias, que nadie, ni el Gran Jefe Superior, se atreve a ponerlo en su sitio, que es la nada.
En el fútbol, la gran guerra de tribus, se grita, se salta, se abraza, se llora, se vive y se muere. Así de exagerado. Cuando los guerreros meten el balón en la portería de los guerreros adversarios, la selva se divide en llantos y jolgorios. No se lucha por el honor ni por la aldea. Los guerreros cobran toneladas de oro a cambio de su fiereza. Y el oro ajeno a la lucha también se ofrece. Posan los guerreros con penachos de pluma de marca, protectores de marca, taparrabos de marca, mocasines de marca, y perciben oro a cambio de lucir las marcas.
Y en la tribu están los sumos sacerdotes, que también, a cambio de oro, dirigen y proyectan. Los hay parlanchines y discretos. Ellos son los encargados de planificar las batallas y comprar a los nuevos guerreros. A veces sucede que los mercachifles que administran el oro, sueltan comisiones a unos y a otros, y no se forma el ejército deseado y victorioso, aunque mercachifles y sumos sacerdotes se repartan las joyas en detrimento de la exaltada, nada juiciosa y leal tribu de seguidores y aficionados, que como toda masa fiel y torrencial, es tonta. Parece que ahora los sumos sacerdotes quieren expulsar de la tribu al sosegado entrenador, cuando éste no tiene la culpa de lo mal que han proyectado todo los innecesarios sumos sacerdotes. Vencedores y vencidos, siendo los últimos los más poderosos. ¡Ay, ese oro!
No hay comentarios:
Publicar un comentario