El ejemplo de Polonia
La trágica muerte del presidente Lech Kaczynski, su esposa y su equipo nos ha proporcionado un nuevo ejemplo de dignidad y unidad de los polacos. Lech Kaczynski, como es bien sabido, era un hombre polémico, sin reparos a la hora de exponer sus opiniones y, en consecuencia, con numerosos detractores. Nada de esto ha aparecido después de su muerte o, mejor dicho, ha ocurrido como si los polacos agradecieran a Kaczynski su franqueza, su tozudez. Los polacos, con independencia de sus ideas políticas, comprendían que ese carácter los representaba a todos, como si fuera una demostración más de la conciencia de unidad y del patriotismo de todos ellos. Desde esta perspectiva, la tragedia, aunque irreparable y dolorosa al extremo, servirá para unir más a los polacos en la conciencia de un duelo compartido.
Sabemos que Lech Kaczynski se dirigía a Rusia para la conmemoración de la matanza de Katyn, cuando más de 20.000 oficiales polacos fueron ejecutados por comunistas soviéticos. En la película que sobre estos hechos rodó hace poco tiempo Andrej Wajda, se cuenta la matanza y también las diversas reacciones de un grupo de mujeres polacas ante los hechos y ante la manipulación de la opinión. No todas reaccionan igual. Hay quien acepta la mentira soviética (que atribuyó el crimen a los nazis); hay quien no quiere ver la verdad, hay quien se arriesga para sacarla a la luz. Todas estas mujeres han acabado componiendo la Polonia actual, la misma que se enfrentó al totalitarismo soviético y la misma que hoy expresa su dolor con tanta dignidad.
En España también nos hemos enfrentado al recuerdo de crímenes horrendos. En este caso, eran crímenes cometidos por compatriotas nuestros, no por extranjeros. Además, ninguna ideología monopolizó los crímenes. En más de un sentido, y aunque sólo un pequeño número fue responsable de los crímenes, todos los españoles compartimos esa responsabilidad. Ésa es una de las muchas atrocidades de las guerras civiles: que nadie puede dejar de ser solidario de la víctima, pero tampoco del verdugo, porque son, o fueron, compatriotas nuestros. Por eso, el trabajo de reconciliación se llevó a cabo aquí pocos años después de terminadas las atrocidades. Ese trabajo, del que todos tenemos ejemplos en nuestras familias y entre nuestros amigos, fue el que hizo posible la Transición política. Con la Transición se dictaron toda clase de medidas de reparación y se procedió a amnistiar, con la más amplia generosidad imaginable, a los responsables de los crímenes (es imposible escribir criminales). El gesto de perdón era, en sí mismo, un programa político: nunca más. Aquello no implicaba en modo alguno la censura, y de hecho desde entonces ha predominado en todas las esferas la versión de quienes se consideran (¿por qué?) herederos de los vencidos. Es difícil de comprender que treinta años después de este ejercicio, y setenta años de la guerra, el Gobierno español se empeñe en dinamitar el trabajo que hizo posible primero la prosperidad y luego la convivencia en libertad de los españoles.
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