Si yo fuera monárquico
La tarea principal de una monarquía constitucional es la de ser ejemplar. Por supuesto, debe cumplir las leyes, pero aquí ha desaparecido el régimen constitucional de 1978 a manos del ilegal Estatuto catalán con la complaciente y suicida inacción del Rey ante la zapaterosidad astrosa. Eso ya no tiene remedio. Pero la enfermedad del Rey -cuyo relato será cierto pero no se cree nadie- brinda una oportunidad dorada de las que no suelen ejecutarse entre los borbones, de propensión filicida, pero bastante aconsejables.
A mi juicio -casi tan republicano como el del Rey pero siempre más nacional- lo de volver al Medievo reinventado por el nacionalismo catalán y el austracismo pepero no es posible doscientos años después de las Cortes de Cádiz y nuestra primera Constitución -y de ser posible, sería indeseable-. En cambio, reforzar el gran valor de la monarquía que es la seguridad en la sucesión, confortaría mucho a un país sumido en la confusión y la ruina. Asociar lealmente a los Príncipes, aunque fastidie un poco al Rey, a las tareas de representación propias del cargo daría esa tranquilidad no muy racional pero obviamente real que tanto precisa el pueblo llano.
El descrédito de la clase política arrastra a una monarquía politizada. Lo hará menos si marca las distancias con esta quiebra económica e institucional. Su única tarea es, como decía al principio, ser ejemplares. No sólo fotogénicos como Letizia, sino inatacables desde 'Forbes' y Ferraz. Y acaso alimentar la ilusión pregaditana de la nación, la ancestral soberanía nacional, encarnada en una institución moralmente invulnerable. "El mejor alcalde, el rey", lo tituló Lope, escenificando una emergencia. ¿Y no es el de la España actual un estado de emergencia, para la nación y el Estado? Pues tómese nota y actúese. Hágase como que se hace y luego hágase algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario