¡CAMPEONES!!!!!!

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martes, 17 de mayo de 2011

David Gistau

Imagen de marca

La principal diferencia entre izquierda y derecha es la imagen de marca. Después de un partido reciente, Guardiola equiparó el buen fútbol con el fútbol de izquierdas, como si un cerrojazo delatara a fascistas. Las frases de Guardiola son mullidas como el lomo del borreguito de Norit, y para poco más sirven que para pasarles los dedos. Pero aquélla me interesó porque confirmaba que el término izquierda, como su eufemismo progresista, se han convertido en adjetivos aplicables a cualquier cosa que siempre contienen una idea positiva. Todo lo bueno es por definición progresista. Los goles de Messi son progresistas. El helado de chocolate es progresista. Las tetas de Bar Rafaeli son progresistas. La multiplicación del oso amenazado de extinción es progresista. Progresista es la cerveza que tomamos mientras vemos atardecer sobre el mar.

Este éxito de la publicidad y el maniqueísmo permite algo aún más meritorio, comparable casi con la varita mágica. Agarrar conceptos negativos y volverlos positivos sólo con asociarlos a la palabra progresista. Por ejemplo, Bildu. Es una emulsión del crimen organizado, pero, habiendo recibido los salvoconductos progresistas, de repente goza de una integración tal que permite a Rubalcaba decir en un mitin que lo único verdaderamente «incompatible con la democracia» es el PP. No el terrorismo y sus caretas, redimidos por el nihil obstat de la izquierda: lo chungo es el PP, incluso éste de Rajoy que carece de agallas y de propósitos, y que se está desintegrando antes incluso de haberse expuesto al desgaste del poder. Qué hombres más chiquitos los que han de cargar con el peso de una época tan grande.

Ingresar en el término progresista es como acogerse a sagrado, como disponer de lo que Tom Wolfe llamaba la «pistola láser universal». Si Bildu es progresista, por puro automatismo será un oscuro caverní-cola de la reacción cualquiera que critique una sentencia política ajena a las evidencias de fraude y el acceso de un terrorismo aún vigente -«¡A triunfar!», como dijo Otegi- a fuentes de financiación pública por la que a las víctimas del porvenir podría terminar ocurriéndoles lo que a los ejecutados en China: pagar la bala que les mató.

La legalización de Bildu, festejada por una parroquia progresista amnésica en cuanto a los muertos, nos sitúa ante un peli-gro moral. Igual que ya se apropió del ideal republicano, la izquierda pretende monopolizar el concepto de democracia, en el cual se es progresista o no se es. Eso acerca la consagración de un sistema aberrante, donde el crimen organizado está integrado y liberales y conservadores reciben trato de forajidos y son conducidos, emplumados y a lomos de una mula, hasta los límites de la ciudad. Curioso tiempo, el que concede más respeto al asesino que al burgués.

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